Y volaba

Si veig l’error com una religióReso a les nits per viure dies nousEstimo el sol quan fa dies que plouVull viure-ho tot com un primer petóDe què em serveix la por? Cuántas noches pensé que mira, que ya está bien, que ha sido divertido jugar a que podíamos llegar a algo, que tengo mejores cosas […]

Y volaba

Los fantasmas no existen

Palabras que no se las lleva el viento.

Cuentos para gente despierta

Piénsalo así. Quizá sea la oportunidad que estabas esperando. ¿Pasaron cosas malas en esta casa? Puede ser. ¿El destino quiere que ahora sea tuya? Evidentemente. – Los Fantasmas de Mi Casa, el musical

Abril 2019. La pantalla marca unos 120km o 130km por hora, recorremos el sur de Francia, con Miguel, con Elisa, Esme, Melissa, y aunque vamos a toda velocidad, estamos muy lejos de convertirnos en espíritus. «Tengo una idea», dice Carlos desde el asiento de atrás. Es la oportunidad que esperábamos. Y todo se pone en marcha. Lentamente al principio, como todo lo bueno que se cuece a fuego lento

Desde entonces hasta ahora han pasado muchas horas delante de la pantalla, montando y desmontando escenas, creando y eliminando personajes, inventando momentos e historias. Noches eternas de ibuprofeno, pizza, buscando rimas y escribiendo versos para las canciones, de presión porque el tiempo corre y…

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Teatro o morir

Si algo tienen los artistas, a parte de dedicarse el 99% por vocación, es cabezonería. Un año después de paralizar prácticamente toda la actividad nos encontramos con un resurgimiento teatral muy interesante. Y digo resurgimiento porque me ha llamado la atención tantos títulos recientes a los que me gustaría o me hubiera gustado asistir y que por tiempo, precaución o sold out acabaré sin ver.

El Porc, Las Kelly, Una tienda en París, Nosaltres dos i altres herbes, La marca de Caín, Bernat, Teràpia mierder, Nua, Peajes, Hago Chass… son sólo algunos de ellos.

Si es que ser artísta viene con el título de «Valiente» automáticamente. El instinto de supervivencia es muy alto y es normal que a pesar del chaparrón que ha sufrido el sector (uno de muchos) sigan insistiendo en realizar producciones. A pesar de las cancelaciones, funciones pospuestas, aforo reducido, miedo a contagiarse entre el público, PCRs y un largo etcétera, el teatro sigue más vivo que nunca y con los brazos abiertos para todo aquel que quiera evadirse de la nueva normalidad.

La #culturasegura recarga las pilas.

Un año como ninguno

Hace un año que no dábamos crédito sobre el estado de alarma y el confinamiento en casa por culpa del bicho. Parece mentira que hayamos pasado por tantas situaciones que no hubiéramos dicho jamás que pasaríamos. Y sí, el mundo cerrado a cal y canto preparándose para su «nueva normalidad» que ha dado paso a normalizar el cero contacto físico, uso de mascarillas como complemento de moda y maximizar la higiene en todo momento.

Hacía poco que habíamos estrenado teatro en el centro y musical familiar mediterráneo. 2019 había sido un año maravilloso lleno de viajes, actuaciones e ideas para próximos proyectos. Teníamos claro que el nuevo año prometía ir a mejor y no teníamos sospecha de lo que estaba por venir.

¡Y madre mía lo que vino! Durante el primer fin de semana de Mediterrània noté cierta hinchazón en la tripa, la menstruación no bajaba, y yo, que no me gusta el drama ni nada, empecé a flipar.

Efectivamente. Esperé una larga semana para que al lunes siguiente, de buena mañana, me hiciera una prueba que dijera que iba a ser madre. Salí del baño serenísima, no había duda de que había salido positivo y esos dichosos palitos que a la milésima de segundo ya estaban de color azul lo confirmaban. Mi serenidad y yo cruzamos el pasillo y nos quedamos en la puerta de la cocina mirando a mi marido. Con todo el temple que pude asentí frenéticamente mientras lloraba a mares y decía: «Amjifdophoiitvohehpaes», o lo que es lo mismo, «Ha salido positivo, vamos a ser padres». Él calló y me abrazó, y no dijimos nada más.

Como os imaginaréis lo siguiente fueron miles de preguntas e ilusión por contarlo, aunque en ese momento no se sabía si iba a ir bien, pero avisamos a la familia y, aunque fuera por mensaje juraría que oí los gritos y risas de emoción y sorpresa. Hasta mi madre me llamó llorando para que le dijera que era cierto. Luego nos marchamos a trabajar como un día normal con toda la nueva información en la cabeza y sin saber qué hacer con ella.

Esos días había algo de nervios e incertidumbre porque decían que un virus que estaba haciendo estragos nos iba a obligar a dejarlo todo y confinarnos en casa debido al aumento de casos en todo el mundo. Esto, claramente, iba a afectar al turismo y la economía, y en el trabajo nos pusimos a temblar. Aún así hubo gente que se lo tomó a risa y pensó que eso en España no pasaría.

El 14 de marzo nos confinábamos todos.

Hoy podemos decir que el tiempo ha pasado rápido pero en aquel momento la moral estaba por los suelos y no se veía el final. Día sí y día también los pasábamos en chándal o pijama, y nos veíamos a través de pantallas. Los que tenemos perros podíamos pasear y creamos rituales de desinfección al volver a casa después de ir a comprar. Y suerte de estar viviendo acompañada porque no me quiero imaginar cómo lo pasaron solteros, ancianos o gente independizada lejos de los suyos.

Pero yo tenía que pensar en cosas más felices y calmar los nervios. Siempre he dicho que con el embarazo me picó el bicho de la tranquilidad. Cosa que no esperaba sabiendo como soy y las burradas que imaginaba en caso de que ocurriera. Pues ocurrió de la mejor manera posible. Tuve un primer trimestre tranquilo, sin náuseas ni vómitos, disfrutando de la tranquilidad y el buen tiempo en mi terraza. Apenas se notaba la panza y pude dormir boca arriba durante mucho tiempo y, además, me malcriaban con todo tipo de compras gastronómicas. Yo feliz.

Por fin el virus cedió un poco y empezamos a salir. Pronto vendría el verano y lo aprovecharíamos de la mejor manera posible. Aunque tuve que renunciar a subirme a los escenarios disfruté de la situación como unas largas vacaciones que nunca había tenido por esas fechas. Acudíamos a menudo al mismo rinconcito en la playa con nuestras raciones de fruta, refrescos y sombrilla. Y así pasaba el tiempo, sin ver el final de la pandemia pero acercándome al nacimiento de… ¡Una niña!

Se acababa el buen tiempo y la situación laboral daba miedo. Pérdidas enormes, amigos con negocios recién inaugurados, colas largas en el banco de alimentos y yo que iba a traer una humana más al mundo. Pero esta niña traía más que un pan bajo el brazo. A pesar de la situación yo estaba tranquila, todo me estaba yendo bien y no nos iba a faltar de nada a partir de ese momento. La cuenta atrás estaba a punto de terminar y comenzamos a recibir nuestras clases de preparación al parto vía online, claro. Necesitaba esas dosis de información para acabar con cualquier resquicio de nerviosismo que hubiera en mi cuerpo. Y al embarazo había que sumar una mudanza y empleo nuevo.

Llegó la noche del 30 de octubre. Había pasado el día en casa con dolores. Aguantables, eso sí, sin sospechar que de madrugada nos iríamos al hospital con toque de queda incluido. Lo que nos faltaba era que nos parara la policia para preguntar qué hacíamos a esas horas saliendo de casa. Por suerte no fue así y llegamos en tiempo récord y con el hospital vacío. A pesar de las contracciones me estuvieron a punto de mandar a casa pero mi niña dijo que «de eso nada, nosotros nos quedamos porque pienso salir ya». Y así fue, en cuestión de minutos estaba lista para ir al paritorio.

No puedo estar más orgullosa de esas horas, del equipo que me tocó, del marido que tengo y de mí misma (¿por qué no?). Es muy cierto que nos volvemos animales y nuestro cuerpo sabe qué hacer. Estaba tan dispuesta a trabajarme ese momento que fue un parto rodado y lista para el desayuno nació Lara. Allí estaba ella, alzada como si fuera Simba, esperando a que la cogiera y comenzara nuestra historia de amor eterno.

Han pasado días, semanas y meses y el virus sigue acompañándonos. Hemos pasado la más extraña Navidad, cumpleaños online y haciendo vida normal dentro de lo posible. Abuelas, tías y primas se mueren de ganas por poder abrazar y besar a una bebé que debe creer que llevar mascarilla es normal. ¡La de cosas que le tendremos que contar cuando nos entienda! Y volvemos al 14 de marzo, ese día donde «empezó» todo para nosotros. Que se cumpla un año no significa nada pero quiero creer que ahora sólo puede mejorar la situación. Por mi parte me conformo con la que tengo porque después de rebobinar y ver con perspectiva lo que he vivido no puedo ser más feliz.